14.1.08

Yo no soy tu ángel

Estaba en una silla de mármol y el frío se me acumulaba en la espalda. Ligero y denso, como una columna de aire concentrado a presión que explotara de improviso sobre mi cuerpo. Como miles de latigazos. Como una lluvia de latigazos que corrían y bajaban en un sector específico de mi cuerpo. Me retorcía en gritos agudos que nadie escuchaba. Todos me miraban y no eran capaces de ver más allá que a una mujer sentada en una silla de mármol que se retorcía, supuestamente, sin dolor. Que se retorcía de la nada, de espejismos. Que se retorcía sin sangre, sin ninguna evidencia física de daño corporal.
Me estaba reconstruyendo y eso nadie podía entenderlo. Tenía que dejar mi columna vertebral fuera para que me crecieran las alas nuevas y luego aprender a volar como los demonios. O sea, es que es sabido que ellos vuelan distinto a los ángeles. Su vuelo es pesado, acompañado de fuego, de pasos lentos y falta de ritmos. Atacan y una vez se metieron en mi cerebro con tanta fuerza que es por eso que se ha liberado este frío a presión sobre mi espalda. Me cortaron las alas blancas, ahora me saldrán un par de cartílagos a cada lado de la que antes era mi columna. Y experimentaré el dolor, ese dolor de la carne al aire vivo, que sufre por el oxígeno que la contagia y se deja redimir, dejar ser, ceder ante el dolor para cambiar.
Cuando el aire frío dejó de caer, un calor intenso me surgió de los pies, no podía moverme, mi espalda tenía la carne afuera, chorreando sangre y mostrando mi esqueleto a los que lo quisieran ver. Y todos se arrancaron, se fueron gritando y una inmensa cicatriz que comenzó con sangre coagulada se acumuló en la espalda. Más y más sangre que se ponía pesada y dura. Más y más sangre que formó una costra en forma de cresta en mi espalda. Y la cresta se endureció, se volvió pesada y firme. Doblando mi espalda en un ángulo de 45 º y dejándome ahí 30 días con sus 30 noches. Durmiendo. Sentada en la silla de mármol. Sin poder moverme.
De pronto, una voz en off me dijo que me parara, que ya podía estar derecha. Lo hice lentamente, mirando hacia atrás con miedo y sintiendo una lluvia invisible de sudor en mis manos. Recuperé el calor, recuperé mi oxígeno, recuperé la esencia de mí en un cuerpo distinto.
Mis alas son negras, enormes, pesan, pero mi vuelo me hace imponente. Mis alas tienen un olor extraño, como a carbón quemado. Me dijeron que ahora lloraba sangre y que cuando lo hacía, las estelas escarlatas eran sólo visibles para la gente que quería verme de verdad. Sólo unos pocos vieron esas lágrimas. Entre esos estabas tú. Y me siento en tu techo cada noche, durmiendo con los ojos entrecerrados, tratando apenas de difuminar la bruma que no me explica porqué antes podía ver la mente de la gente y ahora sólo veo mis propias pesadillas. Que me abruman.
Yo no soy tu ángel.
Ya no soy tu ángel.

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