29.3.07

La manzana del escritorio

Está frente a mí. Roja y reluciente como luce mi boca algunas veces. Roja por la pasión que emaba y reluciente porque mi alma brilla aunque afuera tenga cara de echarse a llover. Y me la quiero comer, pero no puedo porque es para otra persona. Esa manzana es para él. Es para él que me mira de reojo. Sé que quiere comérsela. Anhela tenerla en sus manos, acercarla a su boca y pegar el primer mordisco con sus blancos dientes mientras desearía ser esa manzana. Específicamente en mi cuello, en mis labios o donde sea. Adoro las mordidas y adoro las manzanas.
La he limpiado. Anoche me quedé hasta tarde escogiendo la más linda del refrigerador. La más limpia, fresca y reluciente. La quedé mirando y luego de estar satisfecha con mi elección procedí a lavarla bajo el agua fría que caía de la llave. Y la sequé con un mantel blanco, sin usar. Luego, la envolví en papel de nova para mantenerla limpia. La guardé en mi bolso y feliz me fui a dormir esperando que sucediera el acontecimiento.
Al otro día, luego del ritual de entrar a clases me acerqué a usted y le dije: "Mira, te tengo una manzana". Te reíste y la sangre subió por tus mejillas. Te pusiste rojo como ella. Y de pronto, te olvidaste y la tiraste en el fondo de la mochila. "Ya se la comerá", pensé para mis adentros. Me siento en el primer banco de la clase. Cruzo las piernas con mi pequeño jumper que se sube más y más. Y tú, nervioso, intentas escribir en el pizarrón las instrucciones del día. Abro un poco mis piernas. Te has dedicado a escribir completamente concentrado. Mis compañeras se ríen y yo también.
Me he puesto brillo en los labios. He comenzado a trabajar en la tarea y de pronto me doy cuenta que el silencio de la clase se interrumpe con un mordisco fulminante. Lo siento en mi cuello. Te miro y me miras. Masticas y tragas. Me levanto y acudo a tu escritorio para mostrarte lo que he escrito. En clase están todas pendientes de lo que hago. Estás nervioso y me dices que todo lo que he escrito está bien pero necesita "más profundidad". ¿Cómo tu mordida? te pregunto. Y me dices que sí, que tiene que ser como su mordida. Y me vuelvo a sentar.
La Romi me llama desde su asiento en la última fila. Voy hacia ella y nos ponemos a conversar. Apoyo mi brazo de tal forma que mi postura lateral haga que observes la forma de mi cuerpo. Me miras, te miro. Me sonríes. Te sonrío. La clase entera está indiferente y eso es lo mejor.
Ha terminado la clase y has dado la última mordida de la manzana. Estás feliz. Yo también. No hay nada mejor que un deseo concedido.

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