15.1.07

Confidencias de terrores mundanos

No sé en qué mundo vivo. No sé en qué mundo estoy. No sé qué hacer. Estoy en la disyuntiva eterna de dos caminos que no se van a encontrar jamás. Me siento así. En una telaraña de cristal que se enreda sobre sí misma para formar una bola de vidrio que me encierra y me atosiga. Una bola enorme, que gira y gira sin parar, para encerrarme en un laberinto de pensamientos abstractos.
Lo inmaterial me perturba. La muerte, la vida, el poder del amor, ese eterno filosofar que nunca termina, que nunca deja de ligar mi mentón con mi mano derecha. Que me hace volar, llegar a rincones recónditos que nunca podrán ser encontrados. Ni siquiera por mí. Perdida en los pensamientos del ser. Soy. Eso lo tengo claro. ¿Existo?, sí, en la medida que el mundo se mueve en determinados momentos por lo que haga o deje de hacer.
El jueves mi mundo se movió, por algo que hice. Y él estaba ahí, saliendo de un edificio para verme, saber que me iba antes que nos vieran y detrás de un árbol plantarme un beso como esos de las películas, que seducen mi lengua hasta las entrañas, que me somete con sólo su boca y el poder de sus dientes. Y sus dedos, y sus manos que contorneaban mi cintura una y otra vez. Él sabe que es el dueño de mi cintura, aunque diga que no, que lo niegue con la mano puesta sobre los ojos cual visera bajo el sol.
Y luego, esos atracones de quince años, para luego preguntar sinceramente cómo estaba. Y decirme que se iba de vacaciones. Nuevamente no podrá asistir a la única función que se dará de mi obra. No importa, nos veremos de nuevo. A pesar del tiempo que ha pasado, a pesar de decir internamente que no pasará nada, que lo veré y que ningún dolor de estómago me iba a asaltar, que las mariposas saldrían volando de mi guata en vez de recorrer mis intestinos. Y las mariposas se quedaron y dejaron pequeños ovillos de otras maripositas.
Y sabré que dentro de poco nos volveremos a ver, la ropa quedará tirada en el suelo, nuestros cuerpos carcomidos por el calor de la piel y nuestros poros abiertos, nítidos, transparentes de tanto deseo que se ha tenido que esconder. Y seguimos ahí. Esta historia comenzó en diciembre de 1998 y todavía no termina. Un amor pasional. Como en las películas. Por eso digo, Carrie soy yo y Ud. mi Mr. Big.
No necesitaba decir más. Aún estoy en la telaraña de cristal, esperando que me rescate yo misma de ese incongruente laberinto de nunca acabar. Las historias de cada uno son pequeños secretos que nadie sabe. O que se sabe, pero nunca con la certeza de haber conocido lo verdadero. ¿Alguien conoce lo verdadero de cada cual? No creo. Las máscaras se han vuelto invisibles.

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