4.8.09

Congelador

Mientras caminaba por la ciudad en la mañana de hoy, me inundé de hielo de la cabeza a los pies. El frío me entró por la cabeza, haciéndome pensar en tonterias.
Luego salió por mis orejas y me rompió un instante en mil escalofríos.
Bajó por mi cuello y recordé mi soledad.
Causó cosquillas en mis senos y me acordé de un laberinto de metal.
Frío por afuera y por dentro.
Recordé mi cama, que espera a alguien que pronto llega.
Recordé mis clarividencias, un plato de lentejas, la virgen mirando hacia la pared.
Recordé instantes y memorias.
Traté de evocar el sinsentido de las cosas sin resultados evidentes.
No sucedió nada, simplemente mis pies avanzaron sin problemas.
A pesar del frío.
A pesar de que tú evitas todo y me evades con cierta parsimonia.
Te cuesta enfrentar las cosas, no como el frío, que se adueña de todo y reconoce su posesión.
Y luego, calor en todo el cuerpo por la caminata rápida...
Y la nariz congelada.
Los pies helados.
Nada más.
Sólo yo, dentro de mi yo, en un congelador imaginario.
Mis manos dolientes y mi alma tratando de escapar de mí.
Tengo una mascota.
Se llama Doris.
Es una polilla que no se quiere ir de mi departamento.
Hoy estaba en el azulejo del baño, detrás del basurero.
La miré y parece que había muerto. Congelada. Por el frío.
El congelador nada contiene.

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