20.2.09

Piedras blancas, piedras negras

A veces, necesitaba estrellar botellas vacías de cerveza contra muros urbanos para poder desahogarse. También caminaba kilómetros en silencio por toda la ciudad para despejar la mente y desahogar los sentidos. Desahogar los sentidos, seguir caminando sin rumbo, solamente para poder respirar y sentir ese respiro una y otra vez dentro de su cerebro. Tenía días de piedras blancas y días de laberintos de piedras negras. En esos días era mejor dejarlo en silencio, para que las cosas no se estropearan y todo siguiera su rumbo, un rumbo de una luna escondida. Por eso, yo sabía que había que dejarlo solo, que era mejor desaparecer, dejar de existir, aunque siempre estuviera ahí, en todos lados y a la vez en ninguna parte.
Las piedras blancas eran la luz, o de repente un pedazo de ella reflejado en un vidrio invisible.
Las piedras negras eran sólo eso.
Y justo, detrás de mí, una energía invisible que me atrapaba de los pies a la cabeza. Los vidrios rotos ya caían por la pared, como una lluvia proveniente de un cielo roto.

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