6.2.08

El ritual de la novia

Un calzón blanco guardado en el fondo del último cajón de la cómoda. Un calzón blanco de encaje, con blondas en satín, diminuto y engarzado en un pequeño pedazo de metal para mantener las formas del doblez. Lo desdobla, con sus manos frágiles por los nervios. Una por una saca las partes del calzón para ver la prenda completa. Como desanudando cordones de terciopelo, no, mejor cordones de piel de bebé. Con cuidado, mucho cuidado.
Y pronto, al ver el calzón completo ve la placa de metal que le recuerda ese día. El día de Julián. El día que Julián le dijo que si conservaba ese calzón podrían volverse a ver. Ella se lo quiso dar de recuerdo, pero él no aceptó.
Y ahora, que quería volvérselo a poner, divisa la pequeña marca en él. Un corazón bordado con hilo violeta. El corazón bordado con el mismo hilo con que ella suturó su dedo esa noche. Con dolor, mucho dolor y a la vez con alegría, porque la herida se terminaba para siempre. Empezaba la llaga en el dedo, pero sentía que se le iba por el alma, por la boca y los sentidos.
Lentamente sacó el hilo del calzón, con mucho cuidado, casi sin dejar marcas a pesar del tiempo y nuevamente enhebró la aguja, le hizo el nudo y comenzó a crear la costura de una pequeña herida en la planta del pie. Sería el recuerdo de la noche en que no podía dar marcha atrás.
Los calzones fueron quemados con el encendedor, y las cenizas absorbidas por el agua del w.c.
Nunca más.
Apenas pudo ponerse los zapatos para entrar a la iglesia. La marca de la sangre en ellos la hacía sentir reluciente.

Ya no Julián, ahora sí que nunca más.

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