6.2.07

Carne cruda

Recuerdo cuando chica entrar a la cocina y, mientras mi abuela preparaba la sopa para el almuerzo, sacar un puñado de carne molida sin cocer y correr al patio a comérmela a escondidas. A veces, me ponía debajo de la mesa del comedor a disfrutar el sabor de ese peculiar alimento. Me gustaba la carne cruda y creo que todavía me gusta. Si no tuviera morbo, disfrutaría mordiendo un pedazo y la sensación de dominio que me darían mis dientes al clavarse en ella. Siento que es cierto salvajismo. Una noción anterior de lo que podría haber sido yo en un pasado a nivel prehistórico. Claro que ahora le pondría un poco de jugo de limón y algo de salsa Tabasco. La comería al anochecer, disfrutándola con un corto de tequila. Se la mostraría a los cuervos y ellos tratarían de comer de mi mano.
Sería más astuta, porque saldría arrancando y así los cuervos se contentarían con verme correr y sentir el olor de carne que sale de mí. Nosotros olemos a carne. Todos olemos a carne. Algunos pedazos pueden ser más o menos sabrosos que otros, dependiendo del que la posea. No sé que sabor tendría mi carne, pero estoy segura que si el alimento se acabase no quedaría otra opción que la de comerse a los otros...y vuelve la eterna lucha del poder entre los comedores y los que serán comidos. No hay remedio, todo es una eterna pelea.
Me gustan los luchadores. Son buenos comiendo carne cruda. ¿Y si viéramos unos niños del Africa?, seguramente no nos daría asco. Al menos tendrían el estómago lleno.

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