16.11.09

Lo que soñé anoche

Querido señor mío, usted fue mi verdugo una noche antes de mi ejecución. Usted fue a buscarme, vestido entero de negro para hacerme llevar a la horca. Yo era una bruja y estaba en el calabozo de un castillo enorme, lleno de laberintos. Yo vestía con la ropa que se suele colocar a los acusados, una burda camisa de paño, y usted llegó entero de negro, con el machete en la mano por si me escapase. Tenía una máscara en su rostro. Sin embargo, sus ojos eran limpios y transparentes como el sol. Nos miramos y usted no fue capaz de llevarme. Se acercó lentamente a mí, colocó su mano en mi cuello tratando de ahorcarme sin poder hacerlo. Alguien escuchaba detrás de la puerta. No puedo decirle quien era, pero nos conocía a los dos. Por el miedo de que quién escuchara lo pudiera acusar de su conducta para conmigo, procedió a violarme con ternura, a violarme, sí, porque no veía su cara pese a que sus ojos los reconocí de otras vidas. Usted me abrió las piernas con furia y rompió mi sexo. Eso fue, porque con mis manos atadas a cadenas de un grueso muro era imposible escapar. Yo lloraba y no sabía si era de placer o de miedo. Miedo de ver sus ojos brillantes como el sol con una rabia que era falsa, disfrazada de un profundo placer al penetrarme. Una vez que lo hizo me liberó con su machete y corrimos a un bosque frondoso. Era de noche. Hacía calor y el aire era tibio. Usted lloraba y yo también. Tenía que matarme. Antes, hicimos el amor, esta vez con locura y lujuria y yo ya liberada de las cadenas. Luego, un golpe en la nuca me llevó de este mundo y me alejó de usted para siempre. No obstante, su alma no tenía culpa por haber sentido placer con una bruja.

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