Desnudo, sintiendo el frío, palpando el viento de la tarde.
Un remolino de hojas cafés me rodeaba.
De la cabeza a los pies, haciéndome bailar sin bailar.
Y yo, como una mujer de tomo y lomo me dejé llevar.
Llegué al infinito, a la víspera de la felicidad.
Mientras, yo miraba desde el balcón, a esa mujer tan desconocida y conocida a la vez.
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