
Creo en mi Dios y en todos los santos. Creo en la magia, en los sueños, los duendes y los maleficios. Creo en la tierra y en los ángeles, en la vida buena, el alma de los que sueñan y la necesidad de todos los hombres y mujeres de creer en algo.
La única persona que no cree en nada es mi papá. Ateo ciento por ciento porque es científico y porque tiene tal fortaleza mental que no necesita de fortalezas espirituales para lograr lo que necesita en la vida. No sé si algún santo se habrá cruzado por su cabeza. Yo creo que a veces. Y pienso en las veces en las que le han dicho que Dios existe y él dice que se lo muestren, que quiere verlo, que mientras no lo vea no va a creer en él. Y así sigue hasta hoy. Creo.
Yo soy todo lo contrario, con mis visos clarividentes, ciertas dotes adivinatorias y poderes oníricos de adivinar lo que viene. De sentir lo que viene. Y no sólo de sentirlo, sino también de ver a otras personas en mis sueños. Y ver lo que les va a pasar. Claro que a veces sucede y otras no. No me considero bruja, pero sí afortunada en ver y percibir esto que no muchas personas perciben. Como los fantasmas, los malos augurios, las buenas vibras y sobre todo achuntarle a las muertes y nacimientos.
Lo que sí, siempre sueño con hacer tres cosas imposibles: volar, poder mover las cosas con la mente y leerle los pensamientos a la gente. Eso sería interesante, pero por mientras, le doy gracias a mis inquietos sueños por haberme despertado el tercer ojo. Aunque estén todos los santos de cabeza.
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