27.12.10
Poder reptil
25.12.10
2010
Para el 2011 pido lo que todos piden, tener lucas, tener amor, tener salud y etcéteras; pero sobre todo, que se abran los caminos, que se abran todas las puertas porque ahora puedo sacar un pie afuera y correr al Infinito (o mejor volar, con alas enormes e invisibles)
9.12.10
El cuerpo político del teatro
30.11.10
En alto vuelo
22.11.10
Teatro
17.11.10
Ventanas
14.11.10
Afuera
11.11.10
Mañana
3.11.10
Waiting
La última vez.
¿Qué irá a suceder?
Llantos vacíos?
Locura de risa?
Sushi siniestro?
Como todo ritual del fin
Se espera
Se acontece
Se acontece adentro
No habrá mañana ni después.
Será el último día
Sera igual que el primero
Y después adiós
O quizás quien sabe qué...
28.10.10
Escribo para sanarme
25.10.10
El cielo
Verde
23.10.10
Tu nombre en el infinito
20.10.10
Comer, rezar, amar
18.10.10
Lunes
Las últimas palabras antes de dormir
16.10.10
Teatrolicismo
Abismático prismazul
Hay luces que me recuerdan que hay vida y que con ella vive la muerte.
El color y la desidia, se mezclan con el brillo y la inconsecuencia.
Los cambios de colores y tonos son de la inconciencia de la luz.
Esa luz que brilla dentro de mi frente
Fuera de ella, en su centro intermitente
Esa luz que me recuerda las estrellas...las solitarias compañías de vidas pasadas.
15.10.10
Ahora
14.10.10
Perversión
La idea
9.10.10
Irreversible
6.10.10
Desahogo
4.10.10
Amar y dejar partir
15.9.10
9.9.10
Cuerpo cortado
Primavera
Yo escribo
3.9.10
Hoy
No pidas que lo entienda
Me fumaba un cigarro. Pensaba en la compra del supermercado. Iba a la cocina. Se me venía a la mente la presencia de Martín en mi cama. Todavía está su olor, pensé. Preparaba puré de papas, de esos que vienen para ser hechos en el microondas y en mi cabeza, sólo en mi cabeza, un agujero negro que me molestaba y no me dejaba en paz. Un puré de papas envasado, deshidratado, que habría de preparar con mucha leche y mantequilla. Un agujero negro convertido en una taza de té, en la caída del niño que vivía en el departamento de al frente, en una poza de sangre, una gota de agua inundada por sal caída del mueble. Con el estómago a punto de reventar, tarareando una canción de Sandro para olvidarme de un efímero dolor de cabeza. Todo eso era y más, una mezcla de superficies, de texturas, de incongruencias mentales y visuales que se armaban y desarmaban dentro de mi cabeza, quiero decir, dentro de la cabeza de ella, que a su vez me observaba a mí como diciendo ¿qué haces acá?, ¿por qué no te vas? ¡Andate!, ¡déjame en paz de una vez y ándate! Ella soy yo, y yo soy ella. Vivimos en mundos paralelos. Yo no decía nada, no le respondía, para que se fuera, porque el agua del wáter ya se había vuelto de un color rosado intenso mientras una paloma pasaba por la ventana y me decía que me quedara callada cuando yo no era la que hablaba. Nunca hablé, nunca dije nada, estaba sola, completamente sola, dentro de un agujero negro, por el que hay una luz y en esa luz todos me hablan, me dicen cosas, no sé si a mí o a ella, como Martín, que me dijo que me dejaba, que no me molestara en salir de ahí, como mi madre que me reprochaba que hasta cuándo iba a tomar pastillas anticonceptivas porque quería tener un nieto y de pronto, por ahí, sale mi padre diciéndome que me tome un whisky, que así la cosa va a ser mejor, más movida y mi agujero negro saldrá volando, y de pronto alguien me toma la mano, y es el mismísimo Einstein que me dice que salga de ahí, que su puta teoría no está dentro de mi agujero negro y yo pienso, qué mierdas hace Einstein diciéndome esas cosas, cuando en realidad lo que quiero es que me dejen sola, tan sola como estoy, dentro del agujero negro. Y no, no pues, no parece ser, que un fuego se me ha venido de golpe por la cabeza, invadiéndome con fuerza, haciéndome temblar como una niña con fiebre, no, mejor dicho como el hijo del vecino, el niño que siempre se cae, como si él me estuviera poseyendo de locos, cuando de repente me cae la botella de whisky por la cabeza y descubro que es mi padre, mi padre que está enrabiado, que me dice que me lo tome, que me obliga desde la luz del agujero a que me lo tome, cuando en eso estoy, abriendo la botella, y de repente el líquido se transforma en la sangre que estaba disuelta en el wáter, porque me caí cuando discutía con mi madre cuando ella me encaraba por no tener un hijo, por no darle un nieto, por follar con alguien por follar, aunque fuera hace mucho tiempo y yo le digo por la mierda cállate, y de nuevo aparece el agujero negro, el silencio, yo con ganas de no respirar y haciéndolo igual, a punto de tomarme la nariz con dos dedos de la mano para no tragar aire y siento mi cerebro hinchado, totalmente hinchado y descompuesto y esa hinchazón y esa descomposición se va largando por todo mi cuerpo, haciéndome ver como una bola gorda y transparente, porque mi piel ha cedido y las venas no aguantan la presión, y cada vez me siento más gorda, más fofa, más transparente, más dura, más tóxica, más plástica y salen esos imbéciles en la radio que me cargan, esos mexicanos, Plastilina Mosh y yo me siento de plastilina y mi cerebro retumba mosh, mosh, mosh, como si fuera una palabra larga y difícil de decir, que se me enreda en el cerebro, no se transmite automáticamente por las neuronas, tampoco llega a mi boca, sino que es un eco que no tiene fondo, que no tiene sonido y yo me desespero, me vuelvo neurótica, histérica, paranoica de mi agujero sin salida ahora por lo inflada que estoy. Llego a la superficie, toco el borde del agujero y reviento, reviento en mil pedazos. Como un flash de reventón, un estallido de aire que me mueve, que me deja en otra dimensión, sí, la dimensión de los dibujos animados, de las estrellitas multicolores, atontada, estúpida. No es nada. Digo. Pienso. Reflexiono. He vuelto a ser la de antes, la del agujero negro. Y ahora nadie me mira, nadie me reta. Tengo olor a whisky en el cuerpo y a puré de papas en la boca. Mejor dicho olor a puré de papas y whisky en una mezcla que me adormece, que me hace cerrar los ojos, abrir la boca; porque duermo con la boca abierta y boto baba; y la baba se siente con sabor a una mezcla entre whisky y puré de papas, todo junto, cuando me acuerdo de Martín, que Martín me dejó y grito enajenada su nombre y me doy cuenta que él no me responde. Lo grito más fuerte y el agujero ahora tiene eco, me devuelve su nombre y no su presencia. Es terrible para mí. Fuerte no sentir a Martín, no tener a Martín, que Martín me dejó en el agujero negro, porque el inventó ese agujero para mí, pero yo lo hice más grande y más pequeño para que sólo cupiéramos yo y mi alma. Ya voy, ya voy, no me jodan, si sé que debo sonreír para la cámara, eso lo sé, lo tengo claro. ¿Me pongo así?, ¿no?, ¿más de lado?, ¿me pueden explicar cómo quieren que pose?, ¿no?, ¿no quieren? Entonces mejor me callo, me callo, y me voy a un rincón, y le digo al fotógrafo que me traiga vodka, que quiero descansar un rato, que vaya a la esquina a comprarme una cajetilla de Marlboro Light. Me pasa una copa y me deja sola, tan sola, tan sola, que todo se vuelve negro, todo de nuevo se cierra y sigo escuchando la voz de mi madre, los gritos de mi padre, la sombra de Martín y la sangre, que ha salido, no sé cómo, de un salto del wáter a la copa que tengo en mi mano.
9.8.10
Anorexia
7.8.10
¡Voten, voten, voten!
Hace días que no
23.7.10
Hacer dormir a los niños
5.7.10
Cara neutra
4.7.10
Algo
Lo cotidiano
27.6.10
La prueba
18.6.10
YO SOY
15.6.10
Algo así
24.5.10
Colapso
21.5.10
Biplano
Orejas de conejo
20.5.10
CUBO MÁGICO
Desaparecido
16.5.10
Meta
10.5.10
BOTAS
9.5.10
Oído al revés
6.5.10
Hoy
26.4.10
Orilla
23.4.10
Desde el otro lado
22.4.10
Deseo
Lapsus interruptus
ROTA (Publicado previamente en Facebook)
PARTO
Abducida
Chamana
21.4.10
In situ
Pequeño sueño
12.4.10
Sin anestesia
Antojos
Tatuarse es sagrado
Mea culpa
Queso con ketchup
Furiarota
Fiera
ANOREXIA
Cuando yo me transformé en aire
En la mitad de mí
29.3.10
Hoy
16.3.10
yo
PLAY
Tú
La receta
5.3.10
S O R D O
Cuando coloco la música fuerte, puedo poner la punta de mis pies sobre el suelo y sentir la vibración de sus ondas en el piso. La oscilación aumenta cuando coloco la planta y las ondas ya se transmiten a todo mi cuerpo si el pie está totalmente apoyado. Una vez que he colocado los dos pies, suelo quedarme así, estando de preferencia sentada, palpitando cada rincón de mi cuerpo totalmente poseído por el ritmo.
El día del terremoto, sábado 27 de Febrero de 2010, a la fatídica hora de las 3:34 estaba plácidamente durmiendo en mi cama. Tapada hasta arriba de la cabeza con un plumón un tanto caluroso para una noche de verano. Tenía las rodillas dobladas y el cuerpo vuelto hacia la pared. No había tenido sueños ni pesadillas. Simplemente mi cuerpo y mi mente descansaban. En un lugar placentero lejos de aquí. Extrañaba las vacaciones y antes de dormir me imaginé regresando a las idílicas playas de Cancún. Mi habitación está al final del segundo piso de la casa de mis padres. Lejos de la escalera y los baños. De pronto, debe haber sido antes del sismo propiamente tal, sentí un pequeño remezón en mi cuerpo, pero no presté atención, porque suelen sucederme ese tipo de cosas debido a mi sensibilidad extrema. Me acurruqué y continué durmiendo. El pequeño remezón volvió otra vez, con un poco más de fuerza. Yo insistí en mi profundo poder de imaginación.
Sin embargo, con el correr de los segundos movimiento que supuestamente estaba en mi mente fue aumentando. “Ya, no pesques” me dije a mí misma, confiada en que era el comienzo de un mal sueño. No obstante, las resonancias fueron creciendo, ya que mi cuerpo comenzaba a moverse por sí mismo con una fuerza que no conocía, una fuerza convulsiva que cada vez se hacía más potente, e inundaba mi piel, mi pelo, mis pies, mis manos, mi estómago, mis rodillas, mis pantorrillas, mis músculos, todo mi cuerpo inundado por una sacudida cada vez más desagradable que se prolongó hasta que me levanté de la cama y me coloqué bajo el portal de la puerta de mi pieza y grité con toda la potencia, que no bastó para escucharme, pero aún así sentí la fuerza de mi sonido subiendo por la garganta, saliendo por mi boca, mientras debajo de mis pies la tierra rugía, se movía, ondeaba, ondulaba, crepitaba, vomitaba, se enojaba, saltaba, se enrabiaba y yo, ahí, en el umbral de la oscuridad, en silencio dentro de mí, cerré los ojos, procuré llamar la calma, pero la tranquilidad no estaba, sentía cada rincón de mi anatomía cediendo a este fenómeno de la naturaleza con la respiración muy agitada, mis pulmones contraídos y dilatados a la vez, mis narices absorbiendo todo el aire que podían, la endorfina a mil devorando mi cerebro y mis pies, mis pequeños pies, absorbiendo toda la frecuencia telúrica con un movimiento que podría definir como un montón de ondas de aire que se metían entre mis huellas dactilares y de ahí, iban directo a la cabeza, a mis pelos, a las raíces de mis pelos. Terminé con la piel de gallina. Sentí la presencia de un tío que murió hace tiempo, la sustancia del alma de mi abuelo sujetándome por los hombros con fuerza para que me siguiera afirmando del marco de la puerta, pero nada de eso sirvió, porque por dentro me sentí como si estuviera dentro de una pésima película de terror. Y eso que aún no había visto nada de lo que sucedía en el mundo exterior.
Yo estaba sin audífonos. Los uso desde que tengo dos años. Tengo una hipoacusia bilateral severa congénita, por lo que sólo me los saco para dormir, ducharme, bañarme en la piscina o tener relaciones sexuales. Lo del sexo, verás, es por un pito incómodo que de repente puede salir en medio del ritual y eso no es oportuno ni para mí ni para el otro. Pero bueno, estoy diciendo cosas que no tienen que ver con un terremoto, aunque en cierta medida sí. Quizás con el ruido habría sido peor. Más impactante. Más quemante, aunque aseguro que sin ello la experiencia fue igual de aterradora. Sentía la tierra hablándome bajo mis pies. Ahora, que ya pasó, tampoco estoy muy tranquila. Las réplicas entran por mis pies, por lo que esté con audífonos o no percibo de todas formas el mínimo movimiento que hace la tierra. Debe ser lo que presienten los perros o los animales salvajes antes del desastre. Quizás es el instinto de sobrevivencia. Un ciego lo sentirá de otra manera. Yo ví casi todo, pero siento a cada momento y cada instante corrientes terráqueas subterráneas. Quizás son imaginaciones mías, recuerdos sensoriales del momento más álgido del terremoto, pero no, porque ayer, en casa de una amiga, antes de una réplica que fue más menos a las 23 horas, no podría decir la hora exacta, mis pequeños dedos comenzaron a temblar y bastaron poco segundos para sentir la oscilación propiamente tal. Y me derrumbé. Pero el miedo pasó pronto. Creo que me he vuelto inmune al poder de la tierra. Y es por el silencio. Ese silencio que aloja en mi cuerpo desde que nací.
A veces pienso, qué hubiera pasado si, de haber sabido que habría un terremoto, lo hubiera esperado al aire libre, con los ojos vendados y sin audífonos. Probablemente la experiencia habría sido más aterradora. Después digo no, no puedes ser tan masoquista, aunque no se trata de eso. Tiene que ver con lo que yo llamo percepción. El sexto sentido de la percepción. Ese día, debería haber estado en mi departamento. Me había juntado con mis padres y mi hermana a cenar en la casa de ellos. Comimos sushi. Tomé un poco de vino. Ahora recuerdo que mientras me comía el postre pensé en volver donde vivo, acostarme y ver un dvd que había comprado en la calle. Algo me dijo que no lo hiciera. Algo me dijo “quédate aquí” y yo obedecí. La intuición nunca me falla.
Este es el segundo terremoto que vivo. El primero, el que antes era inolvidable, el de 1985, lo viví con audífonos puestos, ya que era de día, aunque debo reconocer que su potencia era bastante menor en comparación con los que uso actualmente. Mi hermana estaba recién nacida y todas las mujeres estábamos con ella, observando cómo mi madre la mudaba, mientras los hombres estaban en el patio, discutiendo acerca de la mejor manera de hacer la reja de mi casa. Sin embargo, debo reconocer que el susto no fue tan grande, más allá de ver magistralmente cómo caían los cuatro murallones que delimitaban el patio de mi casa con los otros patios. Recuerdo que fueron tiempos de alegría, porque mis vecinos eran todos niños y había un solo patio, uno gigante, en el que nos encontrábamos para jugar con neumáticos viejos y cachivaches que fueron apareciendo después del terremoto. Había hasta perros comunes. Juguetes comunes. Risas comunes. No había límites, era el paraíso para una mente infantil de una niña de nueve años.
Hoy, en estos días, el sentido de la vida ha cambiado totalmente. Tengo un alma solidaria y tremendamente sensible. Dejé de ver la televisión y leer los diarios, aunque internet lo reviso constantemente porque soy totalmente dependiente de la tecnología, Dios me perdone y siento, que esta experiencia, más allá de lo terrible que pudo haber sido, abrió la conciencia de mi país, esa conciencia de ser un país vivo, con unos que están preocupados de los más desposeídos y otros, cegados por la violencia y la desesperación de la sobrevivencia. Lo siento, lo percibo. Calmadamente, desde la punta de mis pies a mis raíces cerebrales.