
Unos días atrás soñé que me iba a vivir a Isla de Pascua. No recuerdo haberme sentido tan bien en un sueño. Los moais al fondo, las palmeras danzarinas y el baile de las olas. Nunca he ido a Isla de Pascua. Al menos no en esta vida. Me gustaría estar en el ombligo del mundo y sentir que soy dueña de mi entorno. Al menos de mis propios horizontes. Y así, el miedo se me va y recuerdo que soy esencia de agua, en ella me envuelvo y puedo ser sirena de mis propios océanos. Creo que todos podemos nadar en aguas que nos pertenecen y cuyos terrenos dominamos a cabalidad. La vida depende del fluir de nuestras almas, del fluir de nuestras propias gotas de lluvia que, infinitas y líquidas, dejan de ser neutrales y se vaporizan en nuestro pensante. Vengo de agua y al agua me voy. No concibo mi vida de otra forma. Ni de otro sentido. Siempre hacia arriba, como una marea alta sin fin que envuelve a todos los que se involucran conmigo y con mi mente.
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